domingo, 29 de abril de 2012

Ollanta y la extraña familia

 M. A. BASTENIER

El País, 27 de julio de 2011

Ollanta Humala asumirá mañana la presidencia de Perú, el segundo indígena elegido democráticamente para el cargo, aunque en realidad es el primero porque su antecesor Alejandro Toledo quería ser pos-racial. Y el país se pregunta cuál de los diversos Humalas que ha encarnado desde su derrota ante Alan García en 2006, entonces chavista y hoy centrista escolarizado, jurará la constitución. Pero la disyuntiva estaría mejor representada si se habla de antiguo o moderno, lo que no quiere decir a priori ni bueno ni malo, como demuestran la veterana Ilustración y el novísimo terrorismo internacional. En esa pesquisa veáse la familia.
Su padre, Isaac Humala, fundó el ‘etnocacerismo’, creencia más que ideología que se encomendaba al mariscal Avelino Cáceres, héroe de la guerra contra Chile (1879-83), y pronunciaba una lapidaria invocación: ‘América para los americanos’. Pero solo para los cobrizos. No hace mucho se habría tachado ese credo de antediluviano, pero la elevación de Evo Morales a la presidencia de Bolivia lo actualiza. Su hermano Antaro fue condenado a 25 años de cárcel por una sangrienta asonada en 2005, conocida como el ‘andahuylazo’ por la localidad en la que su tropilla asaltó una comisaría de policía. El golpismo parecía definitivamente desterrado de América, pero el derrocamiento del presidente hondureño Manuel Zelaya en 2009 aconseja moderar todo optimismo. Otro hermano, Alexis, se presentó recientemente en Moscú como enviado de Humala con autoridad para firmar acuerdos, lo que tuvo que desmentir con precipitación embarazosa el hermano presidente. Y eso es tan antiguo como moderno, porque la explotación de la familia no desaparecerá jamás del mundo católico latino. El elemento, con todo, más significativo de esas interioridades es la esposa, Nadine Herrera, de la que un cable -Wikileaks- de la embajada norteamericana decía que era “el cerebro radical, tras Humala”. Modernidad a tope, puesto que el papel de ‘eminencia gris’ parecía reservado al hombre.
El Ollanta Humala que ganó las elecciones parece, sin embargo, otra persona. Sus dos grandes asesores de campaña, Luis Favre y Valdemir Garreta, sirvieron al presidente Lula, el inventor de la ‘derecha de la izquierda’, y fueron quienes lo indujeron a mudar de polo rojo a traje y corbata, y aquí sí que el hábito seguramente hace al monje, en medio tan icónico como América Latina. Llama también la atención que se haya revelado como “católico comprometido’, al igual que el presidente ecuatoriano Rafael Correa y el propio líder bolivariano Hugo Chávez, lo que ya es moda en este siglo XXI. Y los dos primeros nombramientos económicos, Luis Castilla, viceministro de Hacienda con Alan García, y Julio Velarde ratificado como presidente del Banco Central, son un bálsamo para todos los que hicieron caer la Bolsa el día de su triunfo electoral.
Ollanta Humala tendrá que conciliar extremos. En primera vuelta un 65% de peruanos se declaraban irrevocablemente contrarios al excomandante, y si derrotó a Keiko Fujimori tuvo que ser por el respaldo -aunque fuera tapándose la nariz- de Alejandro Toledo y Mario Vargas Llosa. Los que le votaron lo hicieron para que atacara problemas como ese 20% de familias que carece de agua potable, sanitarios o electricidad; un exiguo gasto social del 8% del PIB, cuando en Chile es del 19% y en Brasil del 26%; y, con el 9%, la recaudación fiscal más deprimente del mundo andino. Y esa síntesis, signo de modernidad, habría de estar coronada por un imprimatur de buen comportamiento internacional. ¿Pero es posible semejante cuadratura del círculo? Como dice Alejo Miró Quesada, principalísimo periodista peruano y expresidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP): “La desconfianza la azuzan sus socios políticos, aquellos del grupo original que lo lanzó a la presidencia, de los que muchos son de una tendencia comunista a la ‘antigua’ como Patria Roja o sindicatos como SUTEP –vinculado a la enseñanza- que exigen poder para saciar sus apetitos ideológicos”.
Los ejemplos de la familia política a la que pertenecía Humala en su primera aventura electoral son variados pero con un fondo común. El presidente venezolano Hugo Chávez suena antiguo por su caudillismo e incluso prehistórico cuando invoca a Maisanta, un guerrillero revolucionario del pasado, pero es eterno por su carisma contemporáneo; Evo Morales, con su revolución indígena, no es moderno ni antiguo, sino que habita, astralmente, en otra dimensión; y Rafael Correa, al que su carácter tecnócrata avecindaba a la modernidad, parece hogaño decidido a refugiarse en un autoritarismo secular.
Entre tan extraña y heterogénea familia Ollanta Humala aún tiene que elegir. Perú espera.    


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