El País, 11 de enero de 2012
En Corea del
Norte Kim Jong-un ha sucedido a su padre Kim Jong-il, que a su vez ‘reinaba’
desde 1994, cuando tomó el relevo de Kim Il-sung. Toda una dinastía. El mundo parece
que se ha estremecido porque el joven sucesor, 28 años y ninguna experiencia excepto
la primogenitura, tiene a mano el botón nuclear. Pero el gran motivo de esa preocupación
debería basarse en que el régimen de Pyongyang es un caso, quizá, único en la
historia, el de un país tan ajeno a todo lo que está fuera, que también puede
ser capaz de todo.
Corea del Norte es el territorio más
‘extranjero’ y ahistórico del planeta. Cuando nació el anterior líder supremo
Kim Jong-il, -se cree que en la URSS- la literatura oficial aseguraba que había
sido en una cabaña en el pico más alto del país, y que una estrella y varios
arcoiris de dimensiones sobrenaturales saludaban el acontecimiento; el primer
Kim ya había sido declarado ‘inmortal’, sin que nada de ello cohibiera al
ateísmo del régimen. El antiguo corresponsal de la BBC en Seúl, Charles Scanlon,
lo llama “comunismo con un toque de realismo mágico”; como una
‘transubstanciación dinástica’.
El mundo ha visto las imágenes de las
exequias como un tsunami rendidas al difunto, con cientos de miles de ‘fieles’
expresando disciplinadamente su dolor, y aunque eso ocurre en todas partes con
cualquiera, las proporciones y la exhibición del lamento no son comparables.
Corea del Norte es una férrea, fatídica y famélica dictadura, pero no es
verosímil que aquel gentío estuviera unánimemente fingiendo, y los mismos
testimonios de norcoreanos que han
logrado escapar a Corea del Sur confirman que el pueblo cree todo lo que el régimen
quiere que crea: que las estrecheces son culpa de Estados Unidos, y que, pese a
ello, son unos privilegiados.
La ingeniería social de otro comunismo, el
de la Europa del Este, nunca fue, en cambio, capaz de nada similar. El deshielo
comenzó en Polonia, donde había ciertamente un baluarte contra todo lo que no
fuera la fe de los polacos como era la Iglesia católica, pero al cabo de 40
años de adoctrinamiento marxista-leninista, cuando se celebraron las primeras
elecciones libres de la posguerra, en junio de 1989, y el partido comunista que
dirigía el general Jaruzelski, estaba seguro de que superaría a Solidarnoscl,
fue la formación de Lech Walesa la que obtuvo los 150 escaños en juego de la cámara
baja, y todos menos uno de los 100 del Senado. El derrumbe general en el resto
del feudo de Moscú, fue solo un ‘déjà vu’.
¿Será que el pueblo coreano es
congénitamente carne de cañón para esas experiencias? Claro que no, puesto que
sus hermanos del sur se han establecido sólidamente en la modernidad
occidental, donde opera asimismo una ingeniería social, pero flexible, abarrotada
de artículos de consumo, y como expresión impecable del ‘poder blando’ de
Occidente.
A los ciudadanos de Europa oriental nadie
había podido hacerles olvidar la existencia de Europa; durante la mayor parte
de la dominación soviética la sociedad sabía que existían grupos de disidentes,
que en determinados momentos habían estado hasta semi-tolerados, como de forma
racheada ha ocurrido también en Cuba. Incluso en China, con su actual Gran
Salto hacia Adelante, se difundió una disidencia como en los ‘dazibaos del muro
de la democracia, y otro tanto ocurrió en la URSS con los ‘samizdat’. Ahí está la diferencia. En Corea del Norte no
puede haber oposición, porque ni siquiera existe la palabra. Una feroz dictadura,
como la norcoreana, recurre con frecuencia a la peor represión, pero la
negación comienza por la palabra. El propio jovencito recién entronizado,
aunque estudió un tiempo en Suiza, iba y volvía de la institución de enseñanza
en una limusina con los visillos corridos y bien surtido de guardaespaldas o
vigilantes.
Corea ha vivido entornada sobre sí, el llamado
‘reino ermitaño’, eternamente en pugna entre dos poderes imperiales, China y
Japón, y al término de la II Guerra el cierre se hizo total. Por el sur en el
paralelo 38, con lo que llegaría a ser la ‘otra’ Corea, y por el norte con
China, que tras la guerra por la península (1950-53) volvería a ser el gran poder
tutelar.
Corea del
Norte es hoy un laboratorio antes que un país, sin filiación histórica
reconocible en la modernidad. Y si un día se extingue la dinastía de los Kim
toda la nación deberá comenzar por ir de nuevo a la escuela.
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