El País, 25 de abril de 2012
En Argentina
se libra una batalla entre espectros. El abracadabra del general Perón resiste
difícilmente la irrupción de su sucesor, el kirchnerismo, emanación sacralizada
de Néstor Kirchner, anterior presidente que murió hace dos años dejando viuda a
la titular del cargo, Cristina Fernández. El kirchnerismo acuna y legitima, sin
embargo, el crecimiento de un credo fuertemente populista e izquierdizante, atribuible
en su totalidad a la presidenta. Por eso, lo propio sería hablar de
cristi-kirchnerismo.
¿Cuáles son los elementos constituyentes de
ese neo-peronismo? El más visible es la juventud, representada de manera
decisiva para la estatización de YPF-Repsol por dos poderosas fuerzas políticas,
que colonizan los aparatos de poder argentinos. La Cámpora, que toma su nombre
de Héctor J. Cámpora, el presidente de quita y pon que le guardó la silla
caliente al general Perón en su regreso al poder en 1973; y el Movimiento
Evita, del que no hace falta decir a qué santo se encomienda.
La Cámpora domina las comunicaciones
institucionales a través de la agencia Télam, que aseguraba que el G-20 quería
más a Argentina que a España, y Canal Siete, bajo los auspicios de la Autoridad
Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, en cuyo consejo tiene dos
representantes; ha puesto asimismo pie en Interior, donde ocupa la secretaría
de Asuntos Municipales; se despliega en el ministerio de Planificación; y hace
otro tanto en Justicia, donde el segundo del ministro es Julián Álvarez,
connotado camporista. Pero es en Economía donde tiene su alma mater en la
persona del viceministro y autor intelectual de la expropiación, Axel Kicillof,
a los 41 años estrella emergente del poder crístico, de quien se cuenta que ha dicho:
“a Cristina la tengo hipnotizada”. Y todos ellos, encabezados por su jefe, Máximo
Kirchner, hijo de la pareja Kirchner-Fernández, forman la Guardia Pretoriana de
la presidenta. El Movimiento Evita, en contraste con el ‘entrismo’ de La
Cámpora, es una fuerza de base obrera, que bajo la dirección de Emilio Pérsico
dice contar con 70.000 militantes y gestiona numerosas cooperativas del
programa ‘Argentina Trabaja’. Mientras los primeros quieren ser los cuadros del
cristi-kirchnerismo, los segundos son correas de transmisión para el
votante-pueblo de la fe neo-peronista.
El segundo componente implica a los medios
de comunicación privados, como consecuencia de la reciente aprobación de la ley
que pone bajo control del Gobierno la importación de papel prensa, hasta ahora
de libre adquisición. Las publicaciones periódicas gozan de plena libertad de
crítica, pero, lógicamente, preocupa a empresas y profesionales la capacidad de
amenaza y presión de que con ese instrumento se dota la presidencia.
Y el tercero es el anti-imperialismo, de
momento en versión blanda, porque meterse con Estados Unidos serían palabras
mayores. Ese sentimiento tan dado a los eslóganes, se parece crecientemente al
chavismo, que vocifera contra Washington, pero mucho se cuida de no violentar
el negocio del crudo. La presidenta argentina difícilmente competirá con la
locuacidad de Hugo Chávez, pero el léxico de ambos ya converge, como cuando
recuerda a los españoles la época en la que el trigo argentino “les llenaba la
pancita”. El ‘cristi-kirchnerismo’ podría acabar siendo un nuevo ‘chavismo del
siglo XXI’.
Un
62% de encuestados es favorable a la expropiación, cuota estimable pero no arrasadora,
pese a que los golpes de pecho nacionalistas suelen ser siempre bien recibidos,
pero el apoyo masivo que recibió Buenos Aires por la reivindicación de Malvinas
no se ha repetido. El pueblo argentino parece ser menos populista que su
Gobierno. Y en el exterior, predeciblemente a favor están Venezuela, Ecuador, y
únicamente pro-forma, Bolivia, donde Evo Morales se lleva muy bien con Repsol. Al
eje bolivariano hay que sumar, pero con enorme discreción, Brasil y Uruguay, el
primero por mostrarse anti-imperialista de oficio, y el segundo porque tiene
demasiado que ver con Buenos Aires. Y enfrente forman Juan Manuel Santos de
Colombia, que secamente dijo que en Bogotá no se nacionalizaba; Felipe Calderón
de México; y Sebastián Piñera de Chile, países ambos con intereses en Repsol. La
mayoría de los demás prefiere callar.
El ascenso de La Cámpora provoca el recelo
del peronismo clásico que considera obra suya la victoria en primera vuelta de
las presidenciales, y ha debido ver con satisfacción la caída en una trifulca
con el vicepresidente Amado Boudou, del mayor de los ‘camporistas’ históricos, el
Procurador General Esteban Righi. Pero, como escribe Morales Solá en ‘La
Nación’, Cristina Fernández está obsesionada con que se la vea como una ‘líder
fundacional’. El de un nuevo peronismo.
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