M. A.
BASTENIER
Ya no
necesita Estados Unidos vestir con el espantajo de enemigo secular a Al Qaeda,
porque el producto genuino se desarrolla a marchas forzadas. Se llama
Sino-Rusia o Rusia-China, y el foro en el que se expresa no solo es el Consejo
de Seguridad -con la oposición de ambas potencias a que se endurezcan las
sanciones contra Siria e Irán- sino Shangai. En el gran puerto chino del
Pacífico se fundó el 15 de junio de 2001 la Organización para la Cooperación de
Shangai, que integran junto a sus dos grandes impulsores -emergente Pekín,
reincidente Moscú- Kazajstán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, repúblicas
exsoviéticas de Asia central. Y la base de esa incipiente Guerra Fría no es tanto
una Alianza como una coincidencia de conveniencias.
La coincidencia ha cristalizado en la ONU,
pero no porque China y Rusia hayan decidido aliarse y actúen conjuntamente en
el Consejo de Seguridad, sino porque se han encontrado allí y han decidido ir
del bracete. Tampoco puede ser una alianza plena porque las diferencias entre
Pekín y Moscú no han desaparecido. Los
acuerdos fronterizos firmados en 2008 no han disipado resquemores que datan de
los tratados desiguales del siglo XIX, en relación a los cuales China entiende
que ha hecho las mayores concesiones; se encuentra estancada, asimismo, la
negociación para el suministro de gas ruso a Pekín porque Rusia pretende
vincular los precios del metro cúbico con los del petróleo mientras que China piensa
que la quieren timar; y aunque en 1994 ambas potencias acordaron no apuntarse
recíprocamente sus missiles, y celebraron sus primeras maniobras militares conjuntas
en 2005, Moscú acusa a Pekín de copiar los modelos de cazabombarderos rusos. La
conveniencia mutua consiste en que ni una ni otra potencia pueden aceptar nada
que se parezca a una unipolaridad de signo norteamericano. Es la oposición a
Washington lo que cimenta esa posición, aunque pueda ser únicamente pro
tempore.
Pero sobran razones para pensar en un futuro
rumbo de colisión entre ‘Sino-Rusia’ y Estados Unidos.
Fatih Birol, economista jefe de la IEA
(International Energy Agency) dijo en julio de 2010 que China había alcanzado a
Estados Unidos en consumo de energía. En 1995 Pekín consumía 3,4 millones
diarios de barriles de crudo, la quinta parte que Washington, e importaba medio
millón de barriles al día. En 2010 ya devoraba 8,6 millones, algo menos de la
mitad que la superpotencia norteamericana, y necesitaba importar cinco millones
de barriles. Ese déficit se compensaba con el crudo de Rusia –que es el mayor
productor y exportador mundial de petróleo y gas- y de Kazajstán, junto con masivas
compras en Irán y Venezuela, lo que explica el interés de Pekín por países
distintos y distantes. El presupuesto de Defensa chino era en 2000 una vigésima
parte del norteamericano, pero en 2011 ya es solo una séptima parte. La
diferencia es grande, pero Pekín no tiene compromisos planetarios como
Washington, y está granjeándose una marina oceánica con capacidad nuclear que le
permita aspirar a una superioridad local en el mar de la China, por lo que
pueda exigir un día el conflicto de Taiwan. Un internacionalista chino decía en
‘Le Monde Diplomatique’ que las dos potencias “jugaban (en ese mar) a
asustarse”.
El caso de Rusia lo detalla alguien tan respetuoso
con Estados Unidos y Europa como Mijail Gorbachov, en un artículo aparecido en
diciembre pasado: “Mientras Occidente siga insistiendo en su presunta victoria
en la Guerra Fría no será posible un cambio en el pensamiento, ni en los
métodos propios de la Guerra Fría, como la utilización de la fuerza militar, junto
a presiones políticas y económicas para imponer la adopción de un modelo”. Y a
ello cabría sumar la expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas, en
cumplimiento del papel de gendarme mundial que el presidente Vladimir Putin le atribuye.
El enterrador de la USS concluye con una predicción ominosa: “Rusia ha conocido
periodos de debilidad anteriormente, pero han sido siempre pasajeros”.
No sería gratuito adivinar en las próximas
décadas una competición inter potencias para asegurarse el suministro de
energía. Tanto China como Rusia poseen vastos recursos carboníferos, que en el
caso de Pekín cubren casi dos tercios de
sus necesidades, y Estados Unidos fía en la futura explotación del crudo de
Alaska y el Golfo de México, pero la glotonería energética de los grandes Estados
industriales parece imparable. Por eso, la organización de Shangai, que estos
días ha celebrado cónclave en Pekín, es un proyecto a seguir con la máxima atención.
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